domingo, 11 de agosto de 2013

Delicias 23


Siempre había soñado con tener un molinillo de colores en el balcón.
Con cortinas blancas que llegasen hasta el suelo y un permanente olor a vainilla.
Y lo cumplí.

Cada uno de los rincones de esta habitación es especial y necesitaba hacer hincapié en ello ya que mañana se empiezan a llevar mis cosas, parte de ellas empaquetadas al lado de la cómoda de cajones verdes.


Recuerdo cuando, aquel octubre, harta ya de mirar pisos y más pisos llegué a esta casa. Creo que lo que más me convenció, además del balcón, fueron los baldosines de este suelo desgastado pero, para mí, perfecto. Y, por supuesto, lo que me transmitió la gente, mis compañeros, mis amigos, mi familia.
Voy a echar mucho de menos las siestas con Rubén, los pitillos nocturnos e interminables de Rebeca y/o las lecciones de vida en la habitación de Patri. ¿Y a V? Esta tarde se acurrucó a mi lado en el sofá y no me dejó sola. Va a ser muy raro no oírle rascar la puerta cada mañana o que no me reciba al llegar.



Estas cuatro paredes están llenas de caras de personas que han pasado por aquí, cada una por un motivo diferente pero dejando su huella. Al igual que aquellas otras personas que nunca se dejaron caer pero que, igualmente, forman parte de las historias interminables de esta habitación.


Al igual que siempre había soñado con el molinillo también había soñado con la independencia. Llega por casualidad, antes de lo previsto pero tenía que ser así.
Sé que aún me quedan días aquí pero a partir de mañana ya no será lo mismo.
Siempre me quedará el rincón bohemio.



Y, ahora, me espera Malasaña.