Nunca fue recomendable pasear por Cibeles por la noche.
Realmente, nunca fue recomendable perderte en la oscuridad luminosa de Madrid
cuando el frío comienza a formar parte de los días pasados de invierno.
Porque te atrapa; corres el riesgo de querer hacerte dueño
de Gran Vía y de sentarte a admirar el edificio Metrópolis.
No he visto mejores primaveras que estas, por mucho que
pasen los años; ni me he sentado en mejores terrazas a ver caer el sol en la
Plaza de los Carros para volver a casa bajando desde Antón Martín de la mano de
Salitre o Santa Isabel.
Madrid, me cuestas. Cuesta arriba y cuesta abajo. En las
alegrías y en las penas, en la salud y en la intensidad de mi vida hasta que,
irremediablemente, los motivos nos separen.
Tus calles me han visto encontrar lo que soy y bajar la
persiana del optimismo. Me encuentro cara a cara contigo, ofreciéndome lo peor
y lo mejor de ti. Probablemente me podrías decir lo mismo pero prefiero que
permanezcas en silencio y olvidemos lo malo. Porque lo bueno, lo mejor, es
ahora y nadie mejor que tú me lo ha enseñado.
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