miércoles, 17 de agosto de 2011

Aparentes menudencias



Son las pequeñas cosas.

Sales por la mañana.
Llegas a la cafetería.
Cuanto más temprano [casi] mejor.
Es esa hora punta que se distingue no por el hecho de que haya demasiada gente;
es esa hora punta en la que el ambiente es la clave, en la que confluyen vidas.

Algunas de esas vidas acuden día tras día, año tras año y piden lo de siempre. Estas tres palabras que imprimen rutina en ocasiones pero que, a su vez, pueden significar satisfacción e incluso indiferencia.

El trajín, un viaje o un simple imprevisto, hacen que muchas de esas otras vidas jamás vuelvan a cruzarse en ese preciso instante. Quizás ese día llovía y alguien metió los pies en un charco sin más opción que tener que entrar a tomar algo a cambio de un pequeño asilo de veinte minutos.

Por otro lado, estamos los que nos adaptamos fácilmente, aquellos que solemos permanecer una temporada a pesar de tener [normalmente] un punto de partida al que recurrir. Como dice mi canción, siempre cambiante. Y no por ello tiene menos magia.
Es probable que vuelva a pasar por alguno de esos lugares y, por muy insignificante que parezca, cada uno guardará un momento, cada uno aportará un recuerdo. Tal vez porque allí escribiste una postal para alguien especial mientras esperabas un madrugador tren, tal vez porque tomaste un capuccino con un amigo antes de un día de caminata en una ciudad de un país extranjero.

Hace un rato fui a comprar un café para llevar.
He dejado la marca de mis dientes en el vaso.
Puede que me olvide o puede que me venga a la mente algún día cuando piense en cómo es/era mi vida ahora.

Engrandecen la vida.
Son las pequeñas cosas.

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